1 de junio. San Justino, filósofo y mártir


Hoy es la memoria de san Justino. Tipo interesante. Vive en el siglo segundo, y la fecha más segura es la de su fallecimiento en 165. Es profesor de oratoria y organiza su propia academia en Roma. Podríamos decir que en versión actual sería un catedrático de Ciencias Políticas. Preparaba a los alumnos para actuar en la abogacía y en los cargos públicos. Descubre la fe cristiana y la defiende ante las autoridades imperiales. Los textos que mostramos abajo proceden de una extensa carta que escribe al emperador explicando y defendiendo la autenticidad de la fe cristiana. Téngase en cuenta que en esas fechas el cristianismo está muy poco extendido, y para la mayoría de la población supone una completa novedad. Faltan todavía casi 200 años para que el cristianismo sea legal en el imperio romano. Justino pagó con la vida esa ilegalidad.


     "Escuchad ahora cómo Miqueas, otro de los profetas, predijo el lugar de la tierra en que había de nacer [Jesucristo]. He aquí sus palabras: Y tú, Belén, tierra de Judá, en modo alguno eres la más pequeña entre los príncipes de Judá, pues de ti ha de salir el caudillo que pastoreará a mi pueblo. Y es de saber que hay en el país de los judíos una aldea distante de Jerusalén treinta y cinco estadios y en ella nació Jesucristo, como podéis comprobarlo por las listas del censo, hechas bajo Cirino, que fue vuestro primer procurador de la Judea" (Apología I. 34).

Supongo que esas “listas del censo” estarían perfectamente archivadas por la administración imperial de Marco Aurelio en tiempos de Justino. No creo que hayan durado hasta hoy.


     "Y que nuestro Cristo había de curar todas las enfermedades y resucitar muertos, escuchad las palabras con que fue profetizado. Son éstas: A su presencia, saltará el cojo como ciervo, y quedará expedita la lengua de los mudos, los ciegos recobrarán la vista, y los leprosos quedarán limpios y los muertos resucitarán y echarán a andar [Is 35, 5, 6; Mt 11,5]. 3. Y que todo esto lo hizo Cristo, podéis comprobarlo por las Actas redactadas en tiempo de Poncio Pilatos” (Apología I).

Aquí Justino cita las “Actas redactadas por Poncio Pilatos”. Ya se ve que los romanos lo archivaban todo.


“Y esto es lo único que vosotros nos podéis recriminar, que no veneramos los mismos dioses que vosotros, y que no ofrecemos a los muertos libaciones y grasas, no colocamos coronas en los sepulcros ni celebramos allí sacrificios” (Apología I, 24).


“Nosotros, en cambio, a fin de no cometer pecado ni impiedad alguna, profesamos la doctrina de que exponer a los recién nacidos es obra de malvados. En primer lugar, porque vemos que casi todos van a parar a la disolución, no sólo las niñas, sino también los varones; y al modo como de los antiguos se cuenta que mantenían rebaños de bueyes, cabras, ovejas o de caballos de pasto, así se reúnen ahora rebaños de niños por el único fin de usar torpemente de ellos, y toda una muchedumbre, lo mismo de mujeres que de andróginos y pervertidos, está preparada por cada provincia para semejante abominación. Por ello percibís vosotros tasas, contribuciones y tributos, siendo así que vuestro deber sería arrancarlos de raíz de vuestro imperio. Ahora bien, cuando de tales seres se abusa, aparte de tratarse de una unión propia de gentes sin Dios, impía y torpe, no faltará quien se una, si a mano viene, con un hijo, con un pariente o con un hermano. Hay también quienes prostituyen a sus propios hijos y mujeres; otros se mutilan públicamente para la torpeza y refieren esos misterios a la madre de los dioses; y, en fin, en todos los que vosotros tenéis por dioses (...)” (Apología I, 27).


Sobre la Eucaristía

"Por nuestra parte, nosotros, después de así lavado el que ha creído y se ha adherido a nosotros, le llevamos a los que se llaman hermanos, allí donde están reunidos, con el fin de elevar fervorosamente oraciones en común por nosotros mismos, por el que acaba de ser iluminado y por todos los otros esparcidos por todo el mundo, suplicando se nos conceda, ya que hemos conocido la verdad, ser hallados por nuestras obras hombres de buena conducta y guardadores de lo que se nos ha mandado, y consigamos así la salvación eterna. Terminadas las oraciones, nos damos mutuamente ósculo de paz. Luego, al que preside a los hermanos, se le ofrece pan y un vaso de agua y vino, y tomándolos él tributa alabanzas y gloria al Padre del universo por el nombre de su Hijo y por el Espíritu Santo, y pronuncia una larga acción de gracias, por habernos concedido esos dones que de Él nos vienen. Y cuando el presidente ha terminado las oraciones y la acción de gracias, todo el pueblo presente aclama diciendo: Amén. "Amén" en hebreo, quiere decir "así sea". Y una vez que el presidente ha dado gracias y aclamado todo el pueblo, los que entre nosotros se llaman "ministros" o “diáconos”, dan a cada uno de los asistentes parte del pan y del vino y del agua sobre que se dijo la acción de gracias y lo llevan a los ausentes.

Y este alimento se llama entre nosotros "Eucaristía", de la que a nadie es lícito participar, sino al que cree ser verdaderas nuestras enseñanzas y se ha lavado en el baño que da la remisión de los pecados y la regeneración, y vive conforme a lo que Cristo nos enseñó. Porque no tomamos estas cosas como pan común ni bebida ordinaria, sino que, a la manera que Jesucristo, nuestro Salvador, hecho carne por virtud del Verbo de Dios, tuvo carne y sangre por nuestra salvación; así se nos ha enseñado que por virtud de la oración al Verbo que Dios procede, el alimento sobre que fue dicha la acción de gracias -alimento de que, por transformación, se nutren nuestra sangre y nuestras carnes- es la carne y la sangre de Aquel mismo Jesús encarnado. Y es así que los Apóstoles en los Recuerdos, por ellos escritos, que se llaman Evangelios, nos transmitieron que así le fue a ellos mandado, cuando Jesús, tomando el pan y dando gracias, dijo: Haced esto en memoria mía, éste es mi cuerpo. E igualmente, tomando el cáliz y dando gracias, dijo: Esta es mi sangre, y que sólo a ellos les dio parte” (Apología I, 65-66).

Impresiona este texto sobre la Eucaristía, porque tiene más de 1.800 años y refleja la misma fe que profesamos hoy los cristianos, y, además, describe la liturgia eucarística de la Iglesia primitiva.


A san Justino le calificamos como uno de los Padres de la Iglesia, que son esos autores de gran sabiduría y santidad, que vivieron en los primeros siglos del cristianismo.

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