EL GENIO DE SAN PABLO
Todos tenemos claro que las cosas salen cuando se tiene fe en el Señor.

Lo nuestro es vivir de fe. Estar pegados a Dios. Contar con Él para todo. Cuidarle. Ser piadosos.

Cuando vivimos así las cosas salen. Con nuestra fe el Señor hace milagros.

A veces, la gente se queja de que Dios no le hace caso. Hay una pregunta típica que a veces nos hacen a los curas: –¿Por qué Dios no me hace caso cuando le pido cosas? ¿Es que no me oye o qué?

Estas preguntas chocan frontalmente con lo que Jesús dijo en el Evangelio: «Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide, recibe, quien busca, halla, y al que llama, se le abre» (Lc 11, 5-13).

El Señor es tajante. Son palabras claras como el agua. Dios nunca deja de atender una petición.

Esto lo han tenido muy claro los santos.

Cuando San Josemaría tenía que hacer el Opus Dei, decía él mismo que lo único que tenía era 26 años, gracia de Dios y buen humor.

Contaba absolutamente con Dios para sacar adelante su Obra. Su tendencia a la oración era algo que tenía incorporado a su vida.

Cuando era apenas un adolescente y vio que Dios le pedía algo al descubrir unas huellas de unos pies descalzos en la nieve, aquello le movió a rezar más.
Poco a poco se fue acostumbrando a vivir de fe, a pegarse cada vez más al Señor. De hecho se hizo sacerdote para estar más disponible.

A los diez días de entrar en el seminario se nombró a Josemaría celador de la Asociación del Apostolado de la Oración para el curso 1920 1921.

Tal vez por descubrir en él, desde el primer momento, una sólida vida de piedad. «Era el único de los seminaristas que yo conocía que bajara a la iglesia en las horas libres», dice un compañero (El Fundador del Opus Dei, Vázquez de Prada, Tomo I).

Y por las noches, cuando las luces se apagaban, San Josemaría iba a estar con Jesús Sacramentado. Algo que hacía con frecuencia.

Todos los santos han sacado adelante los grandes proyectos de Dios por su fe.

El problema de que no salgan las cosas que pedimos al Señor, puede ser porque no se pide bien, o porque lo que se pide no es bueno, o, también porque Dios ve más conveniente hacernos esperar.

Si no alcanzamos las metas que nos proponemos en la vida interior o en el apostolado, no es por las circunstancias o las dificultades exteriores.

Hay una parte de la carta que San Pablo escribe a los Gálatas, en la que parece como si el Apóstol estuviera enfadado.

Les llama nada menos que insensatos y estúpidos... que no está mal.

La iglesia de Galacia había nacido después de mucho esfuerzo. Estaba compuesta de pagano-cristianos.

Además de ser una iglesia joven, estaban sufriendo un inicio de persecución. No solo no se crecían sino que se estaba aguando.

Los judíos les estaban haciendo la vida imposible a los cristianos. Para eso tenían una táctica muy estudiada y efectiva.

Por su buen hacer en los negocios y su dinero, tenían muy buenas relaciones con las clases influyentes.

Muchas mujeres ricas, judías, estaban casadas con funcionarios griegos y romanos.

Además, contaban con amigas entre las mujeres de los gobernadores y la alta burocracia romana.

De esta manera, la sinagoga tenía el favor de la policía de la ciudad, y les era fácil ponerles en guardia contra un culto extranjero e ilícito que se estaba introduciendo: el cristianismo.

Una religión peligrosa porque predicaba un nuevo rey del Oriente, llamado Cristo, que había sido condenado como rebelde de la soberanía romana y, después, crucificado.

El cristianismo se presentaba como una religión que favorecía la alta traición.

Pues, los judíos, si no lograban con esto echar a los cristianos, los cogían ellos mismos y los azotaban en el piso de abajo de la sinagoga.

A San Pablo, en Listra, una de las tres ciudades que componían la iglesia de Galacia, lo sacaron fuera, lo apedrearon y lo dieron por muerto (Hch 14, 8-26).

La presión de esta joven iglesia hizo que sus fieles se fueran separando poco a poco de la verdadera doctrina.

Empezaron a creer en otras cosas. Se volvieron supersticiosos. Se dejaron llevar por el ambiente pagano propio de esa zona.
(Cfr. San Pablo, Josef Holzner, pp. 115-140).

San Pablo se da cuenta de esto y les escribe diciendo: Hijos míos, de nuevo padezco dolores de parto por vosotros, hasta que Cristo obtenga forma en vosotros (Gal 4, 19).

Con este marco, impresiona leer lo que les escribe San Pablo para que vuelvan al buen camino.

«¡Insensatos gálatas! ¿Quién os ha embrujado?»

Pero ¿qué os pasa? ¿Qué estáis haciendo?

«¡Y pensar que ante vuestros ojos presentaron la figura de Jesucristo en la cruz!»

Si no supierais que el Señor se encarnó y murió por vosotros, vale... Pero es que lo sabías.

Y ahora parece como que se enciende más.

«Contestadme a una sola pregunta: ¿Recibisteis el Espíritu por observar la ley, o por haber respondido a la fe?»

¿Os hicisteis cristianos para seguir una serie de cosas que había que hacer o por estar cerca de Dios?

«¿Tan estúpidos sois?
¡Empezasteis por el espíritu para terminar con la materia! (...)».

Os habéis liao la manta a la cabeza. Empezasteis bien, pero os habéis dejado llevar, y ahora solo respondéis a lo material, a lo que se ve, a lo inmediato.

«Vamos a ver: Cuando Dios os concede el Espíritu y obra prodigios entre vosotros, ¿por qué lo hace?»

Esa es la pregunta con la que empezábamos la meditación.

«¿Porque observáis la ley, o porque respondéis a la fe?» (Gálatas 3, 1-5).

¿Por qué hacéis mil cosas? ¿Porque os lo dicen sin más o porque tenéis fe?

Me hizo gracia la reacción de una madre de familia después de escuchar esta lectura en Misa, que comentaba: Vaya genio que tenía hoy San Pablo, ¿quién lo diría?

La Virgen es maestra de fe. Todo el día rezando, todo el día con Jesús, por eso su vida dio mucho fruto.

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