LOS NIÑOS PERDIDOS. Javier Peña Vázquez. Málaga
En ningún tiempo nos hemos olvidado tanto de nuestra descendencia como en esta sociedad del bienestar y del progreso. El engendrar a una criatura nunca debería plantearse como un acto sexual fallido, sino como su más feliz culminación. Un amor fructífero que añade la paternidad a la relación conyugal y, al nuevo ser, la maravillosa condición de hijo querido. Entendida así la procreación, será el mejor vínculo de las relaciones familiares. Unas relaciones que van completándose y entrelazándose hasta lograr una trama sólida y perdurable, en la que cada miembro se apoya y ayuda en los demás para su desarrollo y participación. Nada hay tan hermoso como observar a una criatura que va abriendo los ojos a la vida, pendiente de que “su aventura”está siendo observada por la madre o el padre que le animan y sostienen. Ninguna otra presencia puede ni debe reemplazarlos; quedando en un lugar relativo de apoyo, aún siendo tan importante como es la de los abuelos. Algo que pareciéndonos de lo más natural, se está tergiversando por los modelos de comportamiento hedonistas en los que prevalecen otro tipo de intereses, siempre erróneos para la realización de la persona y el equilibrio de la sociedad. Todos estos dramáticos sucesos de “infanticidio”, se llamen como se llamen: <
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