LOS NIÑOS PERDIDOS. Javier Peña Vázquez. Málaga


En ningún tiempo nos hemos olvidado tanto de nuestra descendencia como en esta sociedad del bienestar y del progreso. El engendrar a una criatura nunca debería plantearse como un acto sexual fallido, sino como su más feliz culminación. Un amor fructífero que añade la paternidad a la relación conyugal y, al nuevo ser, la maravillosa condición de hijo querido. Entendida así la procreación, será el mejor vínculo de las relaciones familiares. Unas relaciones que van completándose y entrelazándose hasta lograr una trama sólida y perdurable, en la que cada miembro se apoya y ayuda en los demás para su desarrollo y participación. Nada hay tan hermoso como observar a una criatura que va abriendo los ojos a la vida, pendiente de que “su aventura”está siendo observada por la madre o el padre que le animan y sostienen. Ninguna otra presencia puede ni debe reemplazarlos; quedando en un lugar relativo de apoyo, aún siendo tan importante como es la de los abuelos. Algo que pareciéndonos de lo más natural, se está tergiversando por los modelos de comportamiento hedonistas en los que prevalecen otro tipo de intereses, siempre erróneos para la realización de la persona y el equilibrio de la sociedad. Todos estos dramáticos sucesos de “infanticidio”, se llamen como se llamen: <>, son la prueba más evidente de que hemos equivocado el camino y que hay que recuperarlo. Uno de los testimonios cinematográficos más escalofriantes que recuerdo, es el que se da en la película “La ciudad de Dios”; lo mejor del nuevo cine Brasileño (Liberation). En ella, un niño de 11 años, sueña con llegar a ser el criminal más peligroso de Río de Janeiro y empieza su aprendizaje en un barrio marginal en el que sólo queda el amparo divino, porque el ser humano ha renunciado como responsable de esa sociedad. Javier Peña Vázquez * Málaga

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