7 de junio. Santos Pedro, Walabonso, Sabiniano, Wistremundo, Habencio y Jeremías, mártires




Estos cristianos recibieron juntos el martirio.

El sacerdote Pedro, nacido en Écija, y el santo diácono Walabonso, originario de Elepla, se dirigieron a Córdoba con el deseo de estudiar, y se consagraron a las disciplinas liberales. Pero, al sobresalir con la ayuda de Dios en la sabiduría y conocimiento de las Escrituras, se pusieron bajo la dirección del Abad Frugelo, en el monasterio de la Santa y Gloriosa Virgen María, que brilla por el admirable compromiso de las siervas de Dios en la aldea de Cuteclara, no lejos de la ciudad en dirección al oeste.

Asimismo san Sabiniano, originario del pueblo de Froniano, en la sierra cordobesa, y ya monje de edad madura, y Wistremundo, un joven valeroso de Écija, corrieron juntos al martirio desde el monasterio de S. Zoilo Armilatense, donde hacía poco se habían consagrado bajo una Regla y un Abad: el primero servía largo tiempo en el campamento del Señor; Wistremundo, en cambio, había ingresado recientemente en el mismo cenobio. Dicho lugar dista de Córdoba aproximadamente unas treinta millas o más por su parte septentrional y causa espanto entre la extensísima y desierta soledad de los montes: al pie de la colina sobre la que está ubicado discurre el río Armelata, que remedia con la gran ayuda de sus pececillos la pobreza de los monjes; por él se llama también Armilatense el monasterio.

Respecto a san Habencio, un noble ciudadano cordobés de edad ya avanzada, deleitándose en la vida monacal, ingresó en el monasterio de S. Cristóbal, que está ubicado a la vista de la ciudad, en la parte sur de la misma, sobre un peñasco al otro lado del Guadalquivir. Y allí, muerto para el siglo pero viviendo en Cristo bajo una estrechísima regla, puesto que estaba entregado a una prisión voluntaria, sólo se exhibía a la vista de los que llegaban por las ventanas, rodeado de altas vallas, de setos y encorsetado por dentro con láminas de hierro dirigidas hacia la carne. Este varón tan excelso murió junto con el bienaventurado anciano Jeremías, que también fue flagelado entre los demás siervos de Dios con violentísimos azotes.

Estos seis ilustres varones bajaron conjuntamente a atacar al ímprobo enemigo y clamaron todos casi al unísono: «También nosotros, juez, permanecemos bajo la misma confesión por la que han caído hace poco nuestros santísimos hermanos Isaac y Sancho. Ejecuta tu sentencia, acrecienta tu crueldad y arde con todo tu furor en venganza de tu profeta, puesto que confesamos que en verdad Cristo es Dios, declaramos que vuestro profeta es el precursor del Anticristo y creador de un dogma profano; nos lamentamos al saber que vosotros estáis infectados del mortal veneno de su profecía, que os han ofrecido la ponzoñosa prédica del Diablo y que expiaréis luego eternos tormentos; así que deploramos bastante vuestra orfandad e ignorancia».

Tan pronto como los santos de Dios hicieron esta confesión con animoso espíritu, al instante se ordena que sean degollados. Sin embargo, azotaron antes cruelmente al santo anciano Jeremías, no sé por qué afirmación y, según cuentan, medio muerto por los mismos latigazos, lo arrastraron fuera sin que apenas se sostuviera con sus pies.

Cuando los mártires se acercaban al lugar de su ejecución se animaban recíprocamente como si se dirigieran a un banquete. Y en primer lugar cayeron los ministros de Dios Pedro y Walabonso; a continuación fueron degollados los demás al mismo tiempo, concretamente el domingo siete de junio del 851. Sus cuerpos los clavaron en unos palos, algunos días después los quemaron en una vastísima hoguera y arrojaron sus cenizas al río para que se perdieran.


Bibliografía:CONGREGATIO DE CULTU DIVINO ET DISCIPLINA SACRAMENTORUM "Martyrologium Romanum" (Roma 2001).SAN EULOGIO, "Memorial de los santos".ALDANA GARCÍA, María Jesús, “Obras completas de san Eulogio. Introducción, traducción y notas”, (Universidad de Córdoba 1998).

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